Huele a noche de maquillarse, solo para mirarse al espejo y hablar sola un rato, huele a una de esas llamadas que te revuelven la tripa y te hacen tumbarte en un portal hasta que sea de madrugada, y a esa cerveza de aquel bar que dejaste a medias por qué yo te llamé.
De hecho, si respiras muy hondo huele a nosotros queriéndonos mucho y mal.
Se me pegan las sábanas del calor, y no de ese que enciende mis mejillas cuando pienso en tu cuello, no, calor del que te asfixia y solo sientes vacío, calor del que hace que en pleno agosto saques ese edredón que tanto pesa solo para que te impida levantarte de la cama.